jueves, 5 de agosto de 2010

Odisea CADIVI y otras fábulas


Esto va a ser largo:

6:00 am - Suena el despertador. Me tomo los 60 minutos rutinarios para bañarme “rápido”, engullir cualquier cosa que encuentre en la nevera (en mi casa conseguir algo en ese lugar, es bien arrecho) vestirme y salir. Por supuesto, los 60 minutos me quedan cortísimos y siempre robo algunos más antes de largarme definitivamente.

7:20 am - La hora me parece exageradamente vulgar. Voy camino a Pdos. del Este a dejar mi carro en el taller, su lugar preferido. Esta vez la nave no tiene frenos y suena como un jet despegando (no exagero)

7:40 am - Dejo el carro en el taller y me llevo el de mi abuela, que cabe acotar que es más arrecho que el mio - cosa que no es muy difícil - pero es que las abuelas siempre van en un Malibu color azul poceta, con el tubo de escape acatarrado. Al menos en mi imaginación!

8:30 am - Después de la cola, llego a la Miranda (si, fui de punta a punta) a buscar un cheque, en casa de mi papá para pagar la universidad. Apenas abro la puerta, me recibe diciendo: “Laura se llevó mi chequera, tenemos que ver como resolvemos”

9:00 am - Mi papá resolvió y ya estaba con mi cheque en mano, lista para ser formalmente una niña de 5to año de universidad. “It finally dawned on me”, como diría Carrie Bradshaw, que soy una vieja y se me “acabó el pan de piquito” como diría mi abuela, que es tan o mas fina que Carrie.

10.30 am - Llego nuevamente a mi lado de la ciudad, Paseo El Hatillo, para ser más precisa. Y aquí es cuando REALMENTE comenzó mi Odisea Cadivi 2010…

Encuentro un buen puesto en el estacionamiento, de esos que le gustan a Ronald (entrando a mano derecha) y me bajo con la sensación de que como inauguro el centro comercial, el proceso para MI no será tan largo. Que inocencia!

Apenas intento subir las escaleras mecánicas, me encuentro a milímetros de mi cara - un poquito más e intercambiábamos fluidos -  a un seguridad de apariencia dudosa que me prohibe el acceso. Retrocedo, desarmando la posición seductora que habíamos adoptado, y me pongo en la “cola”, constituida principalmente por señoras posiblemente peruanas, con el pelo seguramente sucio.

Como ganado, la gente llegaba y se amontonaba a esperar “El aperturamiento del centro comercial”. Esa palabra -aperturar- me revienta, pero me hace reir. #soybipolar.

Pregunta: ¿Es muy difí­cil dejar pasar a la gente, para que por lo menos pasee, mientras abren las tiendas? Creo que sería más agradable para todos.

La hora se acercaba temiblemente y sabía que tenía que agarrar bien mis pertenencias y estar atenta, de lo contrario sería inevitablemente aplastada por la estampida humana. Subí las escaleras cual compradora compulsiva, cuando le abren el mall en Labor Day. Llegué al banco en una pieza.

Esperar horas en el banco es una belleza. Como dice mi papi: “Merce, los gustos hay que dárselos en vida”. Para la gente inocente, aclaro que eso fue irónico. En mi banco tienen una cómoda sala donde te sientas y tienes la oportunidad de: Entablar una amistad genuina con una anciana, escuchar el vallenato del celular del señor de atrás, jugar brick-breaker en el celular hasta tener los dedos con principio de artritis y por supuesto, quejarte del país. Es como una competencia, el que mas se queje gana.

No se si esta historia tendrá un final feliz, pues escribo desde el teléfono y no se si lograré pasar y concluir una fase de mi Odisea Cadivi 2010.

Sintonícenme para saber el desenlace de esta tierna historia.

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